miércoles, 18 de julio de 2012

Miedo y sociedad (publicado en Viva edición Huelva)

En las dosis adecuadas, el miedo es un narcótico tan potente como la adormidera. Como instrumento para la persuasión y el control social, el miedo ha sido utilizado invariablemente por el ser humano en todos los periodos de la historia. Para su inoculación se ha recurrido a poderes superiores, difícilmente comprensibles para el ser humano, con capacidad para producir peligro (posibilidad de pérdida). La religión y la superstición son instrumentos comúnmente usados. Cuenta Marvin Harris que a principios del siglo XIII a.C., los nómadas israelitas se sirvieron de la prohibición divina para evitar la crianza del cerdo, un animal escasamente productivo en sus hábitats áridos. Con el temor al castigo divino, se potenciaba la preferencia por especies más adaptadas a las altas temperaturas y que no competían por los alimentos con el hombre, como vacas, ovejas y cabras. Resulta bien conocida la importancia de la sal para el hombre en todos los periodos de la historia. El término salario deriva del pago en especie que se hacía a los soldados romanos. Entonces, el control de las salinas constituía uno de los objetivos militares preferentes. En ese periodo, Plinio cita ya numerosas supersticiones en torno a la sal, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días. La joven ciencia también se ha utilizado desde su nacimiento como poder superior con capacidad para infundir miedo. Con la epidemia del VIH iniciada en los años 80, la OMS definió a los homosexuales, junto a los inyectores de drogas, como uno de los denominados grupos de riesgo. Paralelamente esta organización mantenía a la homosexualidad en su lista de enfermedades mentales, mientras que la Asociación de Psiquiatría Americana la había retirado sólo unos años antes. Las principales instituciones sanitarias del mundo relacionaban oficialmente homosexualidad, SIDA y enfermedad mental. El impacto emocional a la sociedad de la época engendró un estigma que llega hasta nuestros días. Ahora es más difícil identificar a los grupos de control, que denominan mercados, pero los métodos de poder no han cambiado. La ciencia económica, tan hermética a nuestra comprensión como Dios o la superstición, funciona ahora como poder supremo para inocular certezas condicionadas de peligro futuro. Si antes se difundían amenazas divinas sobre los porcófilos, mala suerte sobre el despilfarro de sal o enfermedad y muerte sobre homosexuales o consumidores de drogas, ahora los medios de comunicación repiten como una letanía inminentes advenimientos de ruina y hambre. Y nos advierten: eso o renunciamos a los logros básicos de nuestra civilización: una sanidad, vivienda, empleo y educación de calidad y para todos. Cenizas de una época del bienestar que hemos dilapidado por nuestra mala cabeza. Ah, la culpabilidad… dejemos ese asunto para otra tarde. David Domingo Fernández Calderón.